Cuando procrastinamos, es decir, cuando dejamos las cosas para otro momento, muchas veces, lo relacionamos con la falta de motivación que hay para hacerlo, pero es esa misma acción la que promueve no tenerla. Es decir, suele convertirse en un bucle entre “no quiero hacerlo porque no estoy motivado” y al no hacerlo, nunca me va a motivar hacerlo. Y, en muchos casos, se acompaña de sentimientos de culpabilidad y un malestar muy incómodo.
Por ejemplo, te da mucha pereza ir al gimnasio o estudiar. Ambas suelen tener ganancias que nos atraen, pero el proceso nos cuesta mucho. Pues ¿Sabías que simplemente por hacer aquello que te da tanta pereza hay de inmediato un aumento en tu autoestima?
Lo que ha pasado es que ¡Has ganado una competición contra ti mismo! Y tú cerebro lo entiende igual. Al haberlo hecho, sentirte mejor y aumentar tu autoestima, lo más probable es que tras un par de “competiciones ganadas” aumentes tu motivación para hacer lo que te da tanta pereza y llegues antes a tus objetivos.